sábado, 20 de febrero de 2010

Adicciones


Un canutillo, envuelto en tu piel, relleno de fragmentos de tus pestañas y con el perfecto aroma a tu aliento: mejor que cualquier químico de laboratorio anglosajón o que cualquier extraña planta de climas tropicales; así es tu existir.


Elixir de las más bajas pasiones, porro absurdo, adictivo, perenne, como melodía de letras francesas, ritmo de tango y aroma a Pichuco. Absurdo que dilata mis pupilas, adicción que me tiene arañando las aceras, omnipresencia que se palpa hasta en las muertes que no se viven.


Extraño infierno aguamarina que más allá de ser una alucinación es un perfecto paraíso para los desahuciados, es la película que nunca olvidarás, el grano de maíz que se queda atascado de por vida entre los dientes y sólo la sacarán cuando drenen tus fluidos mientras que te preparan para el mórbido espectáculo de que seas visto por todos cuando ya no estás.


Edén inquietante es estar atado a ti, lleno de árboles de tronco tornasol y hojas negras, de pasto tan vivo como el marrón estiércol y con un adorable aroma a éter y miel. Paraíso cuyas lámparas están hecha de calaveras sonrientes producto de todos los fantasmas que murieron mientras te recordaba y todos los que nacieron mientras intentaba olvidarte.


Adicción, la de no querer apartarte de mi piel ni un solo instante, de querer inyectar mis recuerdos con tu aroma, envolverlos en una diminuta pastilla grabada con tu rostro e ingerirla con unos cuantos litros de tu aliento decorado con tus ojos. Adicción, la de no querer extraer de mi lóbulo occipital la frecuencia de tu voz, la que conozco, la que sólo escuche cinco segundos y la que hace que más nunca pueda escuchar algo igual.


¿Un espejo? ¿O es el reflejo de tu recuerdo? Porque veo frente a mí unas fosas nasales corroídas por la sal marina que se posó en ellas mientras intentaba buscarte en el mar. Tengo frente a mis dilatadas pupilas dos manos, una sosteniendo el humo invisible que dejaste al partir y otra intentando colocar en su lugar el tabique que se atrofió de tanto inhalar tu piel cada vez que te amé sin tenerte.


¿Un espejo? ¿O es el destello de tu reír? Porque aún no se si es una ilusión, o esta delgadez recalcitrante hace que no pueda distinguir entre mi frente y mi perfil, en si soy peón o alfil. No se si estas marcas en mis antebrazos las puedo quitar con las uñas que dejé clavadas en esas aceras donde pasabas, o si son tan profundas que caben las vidas de los desalmados. No se si son de tinta o son de sangre.


Un espejo, hecho del reflejo de tu recuerdo con el marco del destello de tu reír. Por eso puedo ver todo tan claro. Por eso puedo saber que estoy muerto en vida. Que camino entre días y noches sin notar la diferencia, sin sentir más calor que el frío, sin sentir el calor que produce el frío. Es un estado catatónico permanente producto de no tener lo único que me mantiene vivo y saber que más nunca habrá vida sin eso.


Por eso entiendo que no debí tomarte ese día porque no habría marcha atrás. No habría rehabilitaciones prostitutas ni burdeles anónimos que me hicieran olvidarte. No existiría jamás la posibilidad de desintoxicarme de tu existir, porque mudaste tu capa respectiva de piel para adherirla a la mía bajo promesa del peor narcótico de todos y el más viejo de la humanidad. Para aquel entonces era para mí nuevo en el mercado y por eso no entendía porque tan alto su precio, y porque sólo se podía digerir con un líquido neutro.


Le llamabas amor, y decías que era el avance más reciente de la ciencia adictiva, producto de mezclar manzanas con hedores bajos provenientes de cuartos de matronas enlodadas de bajas pasiones y con alientos tan densos como el mismísimo infierno aguamarina. Yo accedí por la emoción de tener conocimiento, y quede prendado como mortal errante, como gaviota alada.


Debí tomarla con un líquido neutro, y tal vez, sólo tal vez las consecuencias hubiesen sido más comunes. Como cualquier otro, hubiese caído en un profundo estado depresivo, hubiese llorado tu partida o simplemente hubiese colgado mi cuello en un punto alto de mi techo. Grave error de tomarlo directamente de tus labios, atónito aún por la diminuta pastilla marcada con tu rostro, como moneda republicana.


Ahora nunca más. Ni vivo ni muerto. Adicto a lo que no está y siempre tuve. Adepto a una religión que sólo yo conocí. Repleto hasta la médula de cada fragmento de lo que creía era mío y nunca fue. Alucinante la sensación de pensar que nunca estuviste cuando debajo de mi piel estabas. Adicto a todo lo que jamás tendré y con la extraña sensación que no estoy completamente vivo o completamente muerto.


Ahora siempre jamás. Contigo y sin ti. Con cada cara pensando que eres tú, aunque en realidad todas son una encarnación de lo que representas. Hoy un espejo y un canutillo. Mañana el borde de una hoja afilada y un par de pastillas. El año siguiente el filo del papel con las ramas de albahaca. Siempre estarás aunque nunca estés. Con soledad recalcitrante o con perfecta adicción, la plena felicidad de todos, de mí, de ti, y de quien pase esta página, radicará en la adicción de fumarse un recuerdo, inyectarse un aroma e ingerir cuantas pastillas del pasado contribuyan a un futuro donde sólo para ti, sea perfecto.

El dia en que la Tierra se Detuvo

Siete Libras

Quemese Despues de leer

Vicky Cristina Barcelona

Madagascar 2

Curiosidades Gastronómicas

Cebolla Volcán